ideas , propuestas , hechos , medidas antiburocracia , para mejorar la AP en España

miércoles, 18 de marzo de 2009

medicos sin trincheras

Author: Luis Ferrer i BalsebreCategory: General

Claude Lèvy-Strauss describió hace tiempo los elementos estructurales imprescindibles para poder llevar a cabo cualquier acto curativo por parte de un ser humano: un médico o chamán, un enfermo y una comunidad.
El médico/chamán ha de tener unas cualidades obligatorias: debe poseer una teoría explicativa acerca de la enfermedad y dominar un Corpus terapéutico coherente con la misma.
Las características del segundo elemento —el enfermo— son también imprescindibles: debe reconocerle al médico el saber y la capacidad para curar como algo previo para depositar su confianza en él.
Por último, se necesita de un grupo que sea quien a la postre certifique y actúe como notario de la Comunidad, de que aquel ser humano enfermo ha sido curado por ese sujeto a quien se otorgará desde ese momento la condición de sanador.

medicosBuena formación, absoluta confianza y reconocimiento social, son los elementos que necesita un médico para poder ser eficaz en su tarea.
Los médicos y los sacerdotes son los únicos profesionales que juran ante los dioses el compromiso con su profesión. Eso les ha otorgado un cierto aura de santidad y la confianza secular de sus pacientes.
A parte de esta dosis de vocación, ser médico implica —en el mejor de los casos— una preparación y un esfuerzo de más de diez años de estudios; un brillante expediente académico para superar el ingreso a la facultad, seis años de carrera enciclopédica, una oposición feroz para poder especializarse y otras tantas más para poder ejercer como especialista con plaza estable. Tiene que dominar el inglés, mantenerse permanentemente al día, presentar trabajos de investigación, participar en planes de salud, cumplir objetivos asistenciales, desarrollar actividades docentes, fragmentar los ritmos de su vida con guardias de veinticuatro horas y permanente disponibilidad…y convivir a diario con el dolor, la angustia y la muerte.
Parece razonable que contara con un reconocimiento social y económico acorde con el esfuerzo y la responsabilidad que conlleva el ejercicio de tan sagrado oficio.
El enorme logro que para la sociedad ha supuesto la conquista de una Sanidad Pública universal y gratuita es indudable, pero ha derivado en una perversión de los elementos estructurales antes descritos que —de no corregirse— acabará con tan preciado bien social.
Por un lado, el desarrollo tecnológico de la medicina se ha magnificado de tal forma, que el lugar del médico como sujeto investido de la capacidad de curar, ha sido ocupado por el “objeto capaz de curar”, relegando al sanitario a un segundo plano, a una especie de traductor de los augurios del dios máquina. El paciente se fía más de la tecnología que del hombre y exige su concurso como un derecho/necesidad incuestionable. La medicina se deshumaniza.
Por otra parte, el médico ha devenido en un funcionario al que se le puede y debe exigir, ya no su intervención, sino la dispensación de cuanto se le pida con la máxima rapidez y eficacia. Ya no es un profesional con el que se mantiene una relación exclusiva, íntima y humana, sino un dispensador de salud a nuestro servicio con el que no es necesario establecer ningún trato especial y al que se acude desconfiado con informaciones sacadas de internet, el código penal y las hojas de reclamaciones bajo el brazo por si acaso no se atiene a nuestras demandas. Con ello se le despoja no sólo de la autoridad imprescindible para una profesión de ayuda, sino del mínimo respeto necesario, obligándolo al ejercicio de una medicina defensiva en la que el paciente se convierte en una amenaza potencial.
La actual legislación sanitaria reconoce cincuenta y ocho derechos y sólo doce deberes para el usuario de la Sanidad Pública. Poco se habla de los derechos del médico más allá de los marcados por el Estatuto de la función pública.
Es en este contexto en el que los sanitarios de Moratalla atendieron al paciente —ahora se llaman usuarios— que no había acudido a su hora, indicándole que viniera más tarde, después de acabaran de atender a las decenas de usuarios que tienen asistir a diario —sea como sea— por que el sistema así lo impone. El taxista jubilado debió sentirse agraviado en sus “derechos” al no ser atendido en la forma y el momento que exigía, y descargó su ira pegándole cuatro tiros a la compañera que estaba allí cumpliendo su deber y la osadía de ser médico en estos tiempos posmodernos.
Uno de los rasgos definitorios de la Posmodernidad es el declive de todas las figuras de autoridad, paralela a una inflación de derechos  que ha acabado difuminando los deberes. Comenzamos arrinconando a los padres, continuamos vapuleando a los maestros, y hemos acabado asesinando a los médicos y sanitarios. Se impone una profunda reflexión al respecto.
La Sanidad Pública se desangra porque el discurso político promete todo gratis y todo ya. Este error de base que pone todo el énfasis en los derechos sin apenas advertir de los deberes, está haciendo crujir las costuras de un sistema excelente que acabará por reventar si los políticos no son capaces de hacer un ejercicio de compromiso y consensuar medidas que restablezcan la responsabilidad directa del ciudadano en el mantenimiento del sistema de salud —y eso  va más allá del simple cumplimiento fiscal—.
Para que los médicos y sanitarios puedan construir la relación necesaria “con y para” el bien del enfermo, necesitan de un contexto que es incompatible con el guardia en la puerta, el botón de alarma bajo la mesa y una cámara de seguridad destrozando la privacidad y confianza que requiere el acto médico. Eso no es ejercer la Medicina, es batallar con el usuario y trabajar en una trinchera.
Urge transmitir y formar a los profesionales de la sanidad en la importancia del cuidado de la relación con el enfermo y no en técnicas defensa personal. Se impone restituir los valores de respeto, reconocimiento, confianza y autoridad imprescindibles para poder ejercer la medicina con eficacia y dignidad.
La compañera de Moratalla somos todos.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)