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viernes, 2 de mayo de 2008

agresiones a medicos y enfermeras


31.01.08 - MIGUEL MELGUIZO JIMÉNEZ

LOS Médicos de Familia y Pediatras estamos interesados esencialmente en el paciente, en su vivencia de la enfermedad, en la experiencia personal de sufrimiento o incapacidad, por ello no tenemos mas aspiración que ser «especialistas en personas».

A los Médicos de Atención Primaria nos gusta especialmente la palabra 'paciente'. No hemos asumido nunca la denominación usuario, ciudadano o cliente. Paciente procede del latín patiens-patientis que significa «el que sufre, el que padece». No es por tanto un concepto equiparable al de enfermo o al de cliente. La relación clínica con un paciente es un ofrecimiento de ayuda que se interesa más por la necesidad subjetiva de una persona que por la ortodoxia científica. Siempre será más importante para nosotros el tipo de paciente que tiene una enfermedad que el tipo de enfermedad que presente un paciente.

El privilegio de estar cerca de los pacientes y ser depositarios de su confianza hace que detectemos mejor que ningún otro profesional los grandes cambios que se han producido en la relación clínica durante la última década. Y como es natural vivimos, y padecemos, el auge de la violencia en los servicios sanitarios, donde las agresiones físicas constituyen la punta del iceberg de un gran magma invisible conformado por las intimidaciones, las amenazas y la falta de respeto. Pero nada es casual, la agresividad hacia los médicos no es accidental ni fortuita, tiene un caldo de cultivo y unas causas que es conveniente analizar.



COMO primer factor, comprobamos en el día a día que afortunadamente se han desvanecido en gran medida las fronteras jerárquicas entre médicos y pacientes. Especialmente en los centros sanitarios públicos la relación clínica ha ido superando el modelo paternal clásico y de forma progresiva se ha ido introduciendo un modelo participativo donde el paciente recupera su capacidad de decisión y el médico puede compartir responsabilidades. Sin embargo, con frecuencia, los procesos de cambio histórico generan distorsiones y tensiones. Muchos pacientes han pensado que este nuevo modelo suponía una inversión total en el ejercicio ilimitado del poder de decisión, que pasaría ahora del médico al paciente. Así, entienden que sus deseos y su percepción subjetiva del malestar (creciente en nuestras sociedades neurotizadas) deben convertirse en la única vara de medir lo que el sistema sanitario, y por tanto sus profesionales, tienen obligación de proporcionarles.

Esta concepción de que los deseos desmesurados generan automáticamente 'derechos' ilimitados está sin duda en la base del fenómeno de las agresiones. El problema es que ningún derecho subjetivo es ilimitado, y las decisiones clínicas compartidas tienen dos fronteras claras que ponen coto a la desmedida percepción de lo que sea una «necesidad sanitaria». Estas dos fronteras son la mala práctica científica y el uso irresponsable de recursos, especialmente si son públicos. Las invocaciones al «es mi derecho», «yo pago mis impuestos», «usted está aquí para hacer lo que yo diga», etc., etc., no convierten automáticamente toda demanda de atención sanitaria en justificable. No todo puede decidirse dentro de la relación clínica. Hay cosas excluidas, en principio no negociables, como son las actuaciones clínicas contrarias a la buena práctica clínica, o las que generan despilfarro. Un profesional no tiene ninguna obligación de hacer estas cosas por mucho que un paciente lo pida, o lo exija con amenazas. Por eso, la medida de la 'satisfacción' de los pacientes no puede ser la única empleada para evaluar la calidad de la atención recibida por los ciudadanos en un sistema público. A veces hay 'insatisfacciones' necesarias, que cuando se producen nos indican que los profesionales y el sistema en su conjunto están haciendo lo que deben.



UN segundo factor relacionado con la agresividad tiene relación con la irresponsabilidad institucional de muchas autoridades políticas y sanitarias, así como desacertadas promesas políticas en materia de servicios sanitarios. Las expectativas generadas sobre los avances tecnológicos y científicos o sobre infinitas prestaciones asistenciales, son absolutamente desmesuradas, desembocando a corto plazo en unas esperanzas imposibles y a medio plazo en una inevitable frustración. La industria de tecnología y farmacia sanitaria, un sector importante de investigadores y determinados medios de comunicación contribuyen también de forma importante a esta euforia generalizada que nos anuncia vida prolongada, felicidad sin fin, trasplantes inverosímiles, prevención imposible o regeneración celular, tisular u orgánica sin fin. Una vida a la que se accede a través del consumismo sanitario.

En este marco, los médicos clínicos de a pie somos los únicos encargados en el sistema sanitario de rebajar las expectativas, de recoger la frustración y, sobre todo, de «decir no» a determinadas exigencias de nuestros pacientes. Efectivamente, nos hemos convertido en el filtro de la racionalidad científica y del racionamiento económico. Somos inevitablemente la cara menos amable del sistema sanitario, cuando justo deberíamos asumir el rol contrario. Nos enfrentamos al desengaño de nuestros pacientes y, por ello, a un fracaso que produce tensión. En una relación igualitaria o participativa como la actual la fricción, la tensión y el desencuentro está garantizado.



NO es extrañar que en este contexto la gestión de la prestación farmacéutica, de las bajas laborales o de las derivaciones al nivel hospitalario se conviertan diariamente para los Médicos de Familia en un permanente objeto de enfrentamiento por una eficiencia racionalidad no entendida por los pacientes. Otro tanto sucede con la organización de la accesibilidad a los servicios (la atención inmediata 'versus' urgente) o con el afán de certeza en las actuaciones sanitarias (no se tolera la incertidumbre de nuestro trabajo), difícilmente asumida por los pacientes ante los permanentes mensaje autocomplacientes de las autoridades sanitarias.

No se podrá salir del atolladero sin una apuesta por la responsabilidad. Es imprescindible poner freno ya a la espiral inflacionista de promesas que desde ámbitos del poder político, investigadores estrella o medios de comunicación, reciben diariamente los pacientes y sus familias. Recuperemos el reconocimiento social de los buenos profesionales que son la auténtica 'tecnología avanzada' del sistema sanitario.

Apostemos también por recuperar el concepto de paciente. No degrademos a la categoría de usuario o cliente a los beneficiarios de la relación clínica. Sin falacias, sin vender humo. Con el máximo rigor que merece una persona que solicita ayuda, pero con la humildad de un profesional con competencia y medios limitados que intenta comprender, asistir, atender y, en ocasiones, curar.

Apostemos, finalmente, por erradicar las agresiones en un contexto presidido por el respeto mutuo, la transparencia en la utilización de recursos públicos y la honestidad en la capacidad y el poder de la medicina actual.